17.4.13

Actitudes de belleza

Infelices son las supermodelos, porque suya es la anorexia.
Infelices son las sobrevivientes, porque han sido silenciadas.
Infelices son las feministas, porque observan las huellas en el techo de vidrio.
Infelices son las que lamentan en su  mes, porque son infértiles.
Infelices son los soplones, porque tan duro soplarán.
Infelices son las que ven las cosas de dolor de rosa, porque se cegarán.
Infelices son las que protestan, porque sus plietos caen sobre oídos sordos.
Infelices son las renombradas por ser vendidas, porque suyas son las portadas de las revistas.
Infelices son ustedes cuando les saquen fotos y se las tuitean y las hagan presas.
Griten y enójense, porque su belleza se manifiesta peligrosa y traicionera.  Porque así han honrado
a todas las que fueron antes.

Ustedes son las vientres del futuro.
Pero si el vientre ha perdido su contenido, ¿cómo se restaurará la identidad?
Ya no sirve para nada, excepto para ser cordado, sacado y tirado con los desechos biológicos. 

Sean perfectas, como sus madres han sido perfectas.

Cómo disimular un golpe del alma

El truco es que respires
sin que cambie el patrón del aire.
Hay que parecerles que todo sigue
igual, sin acelerar el ritmo.
No se debe frizar.  El shock se huele.
Lo peor que podrías hacer sería detenerte.
El movimiento lento se guia desde los párpados,
para que los hilos del titiritero no se noten.
Es mejor que las mariposas se acuesten,
y se dormirán.

Te mirarán cuando te levantes.  Espéralo.
Dales tus ojos, que parezcan claros.
No digas mucho.
Hablar, ya sabes, es peligroso.  Di lo mínimo.
Haz preguntas y escucha con atención.
Cuando lo mencionen, piensa en las amapolas,
en los platos limpios en el gabinete,
en las filas de trastes en cualquier tienda de segunda.
Si tienes que toser, no toques los ojos, tampoco la cara,
permítete una mirada ladeada, un segundo,
y regresa.  Tu presencia desmiente
cualquier simulacro.    

La comunión

La vida se renueva al altar.
No cabalgamos ni siquiera corremos.
Nos acercamos cabizbajos, chuecos, cojeando.
La panza gruñe, se queja
al contemplar la carne y la sangre, y con
una mordida de pan casero,
se satisfacen las ansias del alma.
En el vientre, el chamaco patea.
Le llega el sabor a través del agua amniótica.
Sigue vivo.
El sabor de trigo cosechado por manos braceras,
el vino antaño, la miel del espíritu contrito.
Las promesas nacen del perdón,
los himnos llenan los huecos del silencio, y puedo orar.
Los niños miran, grandes, grandes, y reciben la bendición.
En la rutina de comer, la vida se renueva al altar.

1.4.13

Oda al estrés

Ni cuenta me doy de que me acompañas
hasta que tus tentáculos me estrangulan
con garras que me hieren desde la tráchea hasta la nuca
mientras me aplastas los pulmones,
sin dejar huella alguna en el cuello.
Me ahoga el silencio de no saber qué ni dónde.

Vengo de viaje, del peor de los casos
a la crisis del presente.
Crecieron las canas durante el vuelo, y
aquí también me estás esperando
desde no sé cuando.
 Respiro y me ahogas.
¿Te soy un juego?

Las agujas me caen y desvaneces como el humo.
Me anclo en las piedras negras, en las espadas en miniatura,
en la energía chi que corre por vías libradas.
Me alejo y reflexiono en tu presencia
en el día de hoy.
Y al nombrarte, estrés, te venzo al despedirme.